25.6.07

almas gemelas


"Las almas gemelas se reúnen y se separan... temporalmente. A veces se aman, otras se dañan, siempre se enseñan. Establecen vínculos de afecto y también de dolor para mostrarse finalmente el triunfo del amor sobre cualquier otra emoción. Y cuando se han enseñado cuanto debían, cuando se han ofrecido todo lo que podían ofrecerse, cuando realizaron el trabajo que otro tiempo antes acordaron realizar... entonces quizá deban separarse para preparar el próximo encuentro, tal vez siglos después... Igual como reaparece una y otra vez una rosa en el mismo jardín. Sus pétalos son distintos, pero la rosa es la misma..." (Raimon Samsó)

Porque en la eternidad ni los años ni los siglos cuentan, te digo sólo hasta pronto.

adiós, dedo de dios


adiós, Dedo de Dios
El día 28 de Noviembre de 2005 pasará a la Historia de las Islas como uno de los más tristes porque el resto del huracán Delta que llegó a las Canarias arrasó muchas cosas, pero, sin duda, la mayor catástrofe del temporal ha sido la caída del Roque Partido, en el Puerto de Las Nieves, para todos conocidos como El Dedo de Dios. Sin duda, supo Dios qué sitio elegir para poner su mano durante miles de años. Siempre he pensado que hay cosas eternas, intocables, cosas que han formado una parte tan imprescindible de mi vida que jamás me paraba a imaginar que podían llegar a desaparecer. Cuando anoche oí que se había partido El Dedo de Dios, me imaginé lo que ya habían dicho otras veces, que sería un rumor, que no sería para tanto... hasta que esta mañana lo vi por televisión. No sé si alguien puede entender lo que es "amar" algo inanimado para muchas personas. Si digo que cuando vi por TV aquella roca saliendo del mar, bajo el oscuro cielo que lo cubría todo después del huracán, sentí que estaba presenciando la muerte de una parte de mí misma, de mi isla, de mi niñez, de mi presente, de mi futuro, de todos nosotros... ¿me creerían? Pues se puede amar una roca de una manera indescriptible, y esa parte de mi vida, siempre tan bella, reluciente, buscada y admirada por todos, allí, arrinconadita bajo el camino de La Aldea, entre las rocas Merinas, rodeada de gaviotas... siempre compañera callada de tantas cosas, viendo cómo cambiaba todo en el Puerto, cómo los que la amábamos crecíamos y nunca éramos capaces de llegar al Muelle Viejo y no buscarla con la mirada... ha muerto. Hoy la vi rendida, herida de muerte, desaparecida para siempre de nuestras vistas y de nuestras vidas. Hoy ha muerto una parte importante del Patrimonio Natural de todos los canarios, pero también una parte de los que con El Dedo de Dios vivimos y crecimos.
Pensemos por nuestro bien que ha sido la Naturaleza, sabia, la que nos los dio y que ha sido ella, como debía ser, la que se lo ha llevado. Olvidemos, si podemos, que nuestro Dedo ha aguantado tempestades a lo largo de siglos, vientos más fuertes que el de ayer, lluvias y toda clase de fenómenos naturales sin inmutarse... y que desde hace 10 años, el Puerto de Las Nieves ha sido un continuo destrozo del Medio Ambiente con el Muelle y el barco de Fred Olsen, con unas vibraciones sentidas en todo el fondo marino que, por fin, harán rendirse a todo el Ecosistema privilegiado que acabará por morir. Dios ya ha retirado su mano, pero siempre quedará como una parte imprescindible de nuestras vidas El Dedo de Dios.


sobre mis zapatos


Nueve años pasaron entre que yo elegí madre para venir al mundo y la elegiste tú. No sé desde cuándo te conozco, en qué momento nuestras almas comenzaron a caminar juntas, tal vez desde siempre, desde el origen que nadie sabe poner exactamente al mundo. Desconozco la conexión entre nuestros espíritus a lo largo de este tiempo: si hemos sido hermanos, padre e hija, hijo y madre, abuelo y nieta, nieto y abuela, pareja, amigos, enemigos, maestro y alumna, alumno y maestra... Ni siquiera podría decirte por qué me fijé en aquel niño encantador que entró aquel día en la cancha correteando ni por qué aquel niño se sintió tan bien con aquella amiga tan mayor de su hermana, a la que llamó un día su "musa". Supongo que el destino ya estaba jugando sus cartas y era el momento en que debíamos encontrarnos. Ya te conté una vez que el destino propicia los encuentros y que somos nosotros los que decidimos luego lo que hacer con nuestras vidas. Nosotros decidimos estar juntos, tú con tus ocurrencias y tu inteligencia viva y precoz me ganaste el corazón y yo con mis constantes preguntas sobre todo lo que me rondaba por la cabeza me gané tu confianza. Recuerdo que me preguntabas todo lo que dudabas y yo temía, mientras me hacías una pregunta, no conocer la respuesta y tener que decirte un "no lo sé, Carlitos", pero siempre, afortunadamente, te resolvía aquellas dudas que pasaban por tu pequeña y preciosa cabecita con esa entrega que tenías conmigo sin darte cuenta. Siempre quise ser tu héroe, tu musa. Aún recuerdo aquella tarde en la cancha cuando, tratando de animarme, dijiste aquello de "No te preocupes,Natalia, que serás como el Ave Fénix, que resurgía de sus cenizas". Y yo empecé a reírme, asombrada... Y creo que siempre ha sido así, que contigo a mi lado era difícil no reír, pero no por tus payasadas ni por nada que tú dijeras, sino porque contigo a mi lado, toda yo era una sonrisa. Y después,me dabas tus manos, te subías sobre mis zapatos y caminábamos juntos, ¿te acuerdas? CAMINÁBAMOS JUNTOS, en todos los sentidos... Luego ya sabes que tuve que irme a Las Palmas a vivir y te quedaste muy triste, con apenas 10 añitos y le preguntaste a tu madre "¿Por qué se fue Natalia, mamá?"... Y los años pasaron, yo volví al pueblo y tú seguías allí y yo seguía aquí y decidimos seguir con esa complicidad que caracterizaba nuestra amistad.
El lazo empezó a hacerse aún más fuerte y cada vez pasábamos más tiempo juntos, cada vez sabías más cosas de mí y yo de ti. No había nada que pudieras contarme que me hiciera dudar por un momento de quién eras ni mucho menos de quién eras para mí. Y un día, paseando alrededor de tu casa dijiste lo que cambiaría todo: "Me voy el domingo". Si los sentimientos pudieran escucharse hubieras oído cómo se rompían un millón de cristales dentro de mí. No me preguntes por qué, yo tampoco lo sé, pero algo muy fuerte dentro de mí sabía que "el domingo" acababa todo. Quince años después de aquella tarde que llegaste a la cancha, acababa todo. Tuve que aceptar en un segundo lo que jamás pensé que ocurriría. Lo que aún no consigo explicarme es por qué sabía que aquélla era una despedida para siempre, que no ibas a volver... al menos no la persona que se iba. Por eso te escribí aquella carta, por eso te compré la alianza con aquel mensaje y por eso te di todo lo que podía darte la noche que nos dijimos "adiós". La última imagen que tengo de ti es la de tu cabeza asomando por la puerta de mi casa para decirme que no llorara más... y desapareciste sonriendo y saludando con la mano como si me fueras a ver al día siguiente. Pero ya sabíamos que no sería así, ¿verdad?
Desde la distancia física entre nosotros y la lejanía temporal de aquel día no puedo explicarte nada que te valga como una respuesta para decirte lo que siento y que tú pareces no querer comprender.Escribiría sin parar días enteros para contarte lo que he tenido que hacer para superar tu marcha y tu olvido... pero yo sé que no vale la pena; mucha pena pasada ya para volver a ella. No sé si el destino lo quiso así, separarnos porque nos correspondía que así fuese o si fue una prueba que no pudiste superar... no sé si lo sabré algún día. Pero sí sé dónde voy a estar esperando para volver a encontrarte, ya lo sabes, sentada en la punta del Muelle Viejo, mirando el mar abierto de Agaete que vive en mi corazón y las gaviotas alrededor del Dedo de Dios, que seguirá siempre en pie para mí. Si decides pasar tu tiempo allí también, conmigo, te estaré esperando. Te veré llegar, te daré una sonrisa y tú me darás otra vez tus manos para volver a subirte, para siempre ya... sobre mis zapatos.
(Cuando un alma gemela dice "adiós" se lleva, irremisiblemente, una parte de nosotros)

va por ustedes


Mi primer recuerdo es el de mi mano acercándose a la arena de la playa de Las Teresitas para coger una concha. Cuando era pequeña vivía en Tenerife porque mi padre estaba destinado allí como Guardia Civil. Me llevaba a Las Teresitas y jugábamos a las carreras a ver quién era el primero en recoger conchas de la arena. Pues es ése mi primer recuerdo, debía tener yo aproximadamente tres añitos. Mi madre dice que es imposible que recuerde tantas cosas de mi infancia, que era demasiado pequeña para que mi memoria haya guardado con tanta nitidez esos días. Pues sí, recuerdo la calle donde vivíamos, que es la calle San Juan de La Cuesta de La Laguna. Lo curioso es que lo único que recuerdo de aquella casa son las sillas donde mi padre se sentaba a tocar la guitarra y yo bailaba alrededor con un camisón que mi madre llamaba "el camisón de angelito", porque debía parecer un ángel dentro de aquel atuendo bailando alrededor de mi padre "y dicen, y dicen, y dicen que sabes coser..." Pero recuerdo nítidamente la casa de Doña Carmen, la señora que vivía encima de nosotros y donde me pasaba los días enteros. Recuerdo el salón, la habitación de Angelines, su hija, de José Julián, su hijo; recuerdo a Don Paco, su marido, un hombre que roncaba como a nadie he oído roncar en mi vida y recuerdo a Pinky, el chucho con el que jugaba y que una vez me mordió, vaya, vaya con Pinky. Desde entonces, todos los perros sin nombre son Pinky para mí. Doña Carmen me bañaba, me llevaba a Santa Cruz a comer helados, se ponía a coser mientras me hablaba y me hacía unas meriendas riquísimas. A los pocos meses de nacer mi hermano, tenía yo tres años y medio, destinaron a mi padre a Las Palmas y nos fuimos de aquella casa. Recuerdo mucha gente llorando... Eso es todo. Siempre he tenido los recuerdos de aquellos días como un sueño que nunca ocurrió, pero que vivía intacto en mi mente. En Abril de 2005 me fui un fin de semana a Tenerife, y no era el primero. No sé aún por qué, pero le pregunté a mi madre el número exacto de la casa. "El 24", me dijo, y no dije nada más... Ese domingo me vi en la calle San Juan, delante de la casa, llamando al timbre. Se asomó una mujer a la ventana, extrañada porque no me conocía. Le dije "¿Usted es Doña Carmen?" "Sí, mi niña, ¿tú quién eres?". Sólo le dije atragantada "Soy Natalia". No hizo falta decir nada más. Miró al cielo con las manos juntas y dijo "sube, mi niña, sube". Después de 29 años me vi subiendo la escalera... la puerta estaba abierta y entré. Y la vi. Venía por el pasillo llorando con los brazos abiertos. Yo no pude hacer otra cosa que empezar a correr hacia donde estaba ella llorando también y abrazarme a ella diciendo entre sollozos "Ay, Doña Carmen, ay, Doña Carmen". Allí estábamos, abrazadas, llorando sin poder separarnos, transportadas casi 30 años atrás en un solo segundo. Cuando pudimos separarnos me preguntó secándose las lágrimas "Pero, ¿tú te acuerdas de mí?" Y yo empecé a llorar otra vez y empecé a hablarle de los helados, de Angelines, de Pinky, le señalé una a una las habitaciones, observé que los muebles del salón ¡eran los mismos!, me senté en el salón y no pude aguantar la emoción otra vez... "pero si son los mismos sillones en donde me colgaban los pies mientras usted cosía..." Cuando yo era pequeña tenía el pelo muy corto y siempre tenía pataletas porque lo quería tener largo porque las mujeres en la tienda me decían "qué niño más gracioso". Claro, con mi peto vaquero que decía "HONDA 750", las botas ortopédicas... y yo me señalaba las dormilonas de mis orejitas para que se dieran cuenta de que era una niña, caramba. Pues una tarde en Santa Cruz le pedí a mi madre una peluca. Y ella, que es un dulce, me la compró, y yo con mi peluca por la calle. Pero al llegar a casa de Doña Carmen, de repente me dio miedo porque vi que tenía pelos blancos, jajaja. Y ya no la quise más. Pues esa tarde en La laguna vi a mi madre bromeando con la peluca y Doña Carmen riendo y yo escondida debajo de la misma mesa que tenía ahora delante para que mi madre no me rozara con aquella mata de pelo inerte y horrorosa. Esa tarde, casi 30 años después, me llevó a la cocina y me hizo uno de sus cafés con leche y me invitó a polvorones en Abril y me los comí con ella, con miedo de asfixiarme porque no había dejado de llorar. Y ella cogía la cafetera con un paño para no quemarse sollozando y con la otra mano se secaba las lágrimas que no habían dejado de brotarle tampoco a ella. Tuvimos una idea: llamar a mi madre. Imaginen el cariño y la relación que hubo entre la familia de Doña Carmen y la mía. Mi madre descolgó el móvil y le dije "Espera, que van a saludarte". Doña Carmen dijo "¡Elo!" y al segundo ya lloraba mi madre del otro lado. Luego habló mi padre, sólo palabras de gratitud, de amor y de respeto se cruzaron entre ellos. Para que se hagan una idea del tiempo transcurrido, mi madre, cuando vivíamos allí, era más joven de lo que yo soy ahora, no llegaba a los 32 años y ya tenía 60. Doña Carmen era una mujer joven, de 40 y pocos años y ahora pasaba de largo los 70. Y para todos esos días seguían vivos como en los primeros años 70, los primeros años de mi vida. Mi barco zarpaba no mucho rato después y me tenía que ir.En la puerta, la miré llorando como nunca y le dije estas palabras: "cuando nos fuimos de aquí yo era muy pequeñita y ni era consciente de muchas cosas, pero ahora quiero darle las gracias por todo aquello. Yo nunca la olvidé, Doña Carmen y nunca lo haré. Usted fue un regalo para mi vida". Fue el día en que más me costó bajar una escalera, el día que más me costó decir "adiós", el día que más me costó separarme de un abrazo. Pero, ¿a que he sido afortunada por haber vivido algo así y por poder reencontar mi infancia 30 años después? ¿De verdad captan el sentido de lo que estoy contando? Mientras escribo esto, no dejo de llorar. Conservo el bombón de chocolate que Doña Carmen me dio cuando me fui y no me lo comeré jamás. Y recuerdo sus lágrimas y su abrazo, pero también sus enormes carcajadas que son un sonido imprescindible de mi infancia. Gracias por haber hecho de mi vida algo más especial de lo que ya es por la familia que me ha tocado y gracias a Dios por haberme dado esta memoria fuera de lo común porque sin ella, tal vez no habría recordado a Doña Carmen, a Don Paco, a Angelines, a José Julián y a Pinky. Va por ustedes.