7.5.11

Desde el Limbo

Ya es toda una vida, pequeño... Es una juventud y un verle las orejas al lobo de la madurez sin encontrar la manera de parar el corazón que se acelera cuando pasas delante de mi puerta. El recuerdo del solitario segundo en que miras indiferente y me saludas con la mano se alarga hasta llenar un día entero. Y la costumbre de toda una vida cambia en mi mente esa indiferencia por timidez porque, si por un segundo dejara de soñar, dejaría también de soñarte. Prefiero pensar que tú también llevas toda tu vida criando mariposas en el estómago por mí y que por alguna razón que se te escapa no te has acercado a decirme que "Ya es toda una vida, pequeña..."

No quiero confesarlo, quiero que tú sigas siendo ese secreto que me da la vida un segundo al día, siete segundos a la semana, treinta segundos al mes. Ése es el poder que yo te he dado y que no quiero quitarte porque es una eternidad acostumbrándome a soñar contigo hasta hacerte mío sin permiso.

No quiero vivir a tu lado una vida anodina, mediocre, gris. No quiero conocer tu naturaleza, tu día a día. No quiero verte enfadado, ni dormido, ni sucio, ni cansado, ni hambriento, ni necesitado. Tampoco quiero saber el color de tu cepillo de dientes, de las puertas de tus armarios ni cuántas sillas rodean la mesa de tu cocina. Quiero vivir sin saber cada cuánto cambias tus sábanas y las toallas de tu baño y lo llena que está tu despensa. Para eso ya está el mundo. Ese mundo al que no quiero bajar porque me decepciona, me desilusiona y me asfixia. Prefiero este limbo que ocupa ya la mayor parte de mi vida en que nos acompañamos sin que tú lo sepas, sin tener que oler el humo de los coches o los perfumes de los que pasan a nuestro lado. Me gustan la voz que te he puesto, los pensamientos que he creado para tu mente, los sentimientos que he inventado para tu corazón. No quiero hablarle a nadie de ti porque dejarías de ser lo que yo quiero que seas. No quiero que opiniones que no me importan emponzoñen la perfección con que te adorno desde que soy capaz de sentir. Sólo cuando encuentre a alguien que me aplauda por no tener los pies en la tierra, revelaré que existes. Hasta entonces, mantente joven, sano, rutinario y puntual. Por mi parte, prometo cada día estar atenta para verte pasar fugazmente por delante de mi puerta.