30.6.09

El Sol Prisionero (Atardecer en Las Palmas)


Cuando el Sol sale en Las Palmas, el mar se tiñe de amarillo. Es un Sol radiante, libre.
Tímido al principio, va recobrando confianza a medida que pasan los minutos.
Si uno mira al horizonte, parece que puede ver incluso la redondez del planeta.
Es el único momento del día en que la ciudad de Las Palmas parece no tener miedo a nada.
El único rato en que la ciudad se deja atrapar por algo que no sea ella misma.
A mediodía, mientras cae a plomo sobre la urbe, los edificios plagados de cristales relucen por todas partes, acentuando la sensación de sofoco que nos va aplatanando lentamente hasta convertirnos en sudorosos zombis deseosos de que vuelva la noche a librarnos del eterno calor. Las Palmas, a medida que pasan las horas, arde en fiebre.

Cuando llega el atardecer, la ciudad se venga del Sol soberbio que apareció por la mañana inundándolo todo, y sus moles de cristal y cemento se vuelven de repente los barrotes de la celda donde el Sol queda atrapado hasta que decide escapar dando paso a la noche.
Voy caminando por la Avenida Marítima... un rayo de Sol me ilumina. Luego se esconde tras un barrote de quince pisos. A los pocos metros, vuelve a darme luz, asomando la cabeza asustado, preso entre los gigantes que se interponen entre el mar y la ciudad. Y vuelve a desaparecer.
Me produce tristeza verlo tan pequeño, tapado por algo tan vulgar como un edificio. Me da pena que en Las Palmas anochezca antes que en otros lugares sólo porque el hombre decidió poner barreras justo delante del mar, robándonos la puesta de Sol. Reniego de un atardecer con el Sol preso.

Este fin de semana me sentaré en la Avenida Marítima, esta vez mirando al mar, para volver a contemplar cómo el Sol nos perdona tanta vileza urbana y, durante unos minutos, vuelve a ser el Rey que nunca debió dejar de ser.
Este fin de semana veré amanecer en Las Palmas.
Este fin de semana veré amanecer en la ciudad que creyó ser Dios y nos robó el Sol de cada tarde...




16.6.09

En Nombre del Remordimiento (O Pieza Suelta de un Puzzle)


Soy esa mujer del cuadro de Munch...
Mírenme. ¿Qué ven?
Aunque no lo crean, esa mujer está vestida.
Lleva una falda de cariño, una camisa de respeto, unos zapatos de preocupación hacia ese hombre que agacha la cabeza.
Ese hombre, en nombre del remordimiento, es quien me hace aparecer desnuda en ese cuadro.

Soy esa mujer en el cuadro de Munch...
Mírame. ¿Qué ves?
Lógico. No se puede ver nada mirando al suelo.

Para J.