25.6.07

va por ustedes


Mi primer recuerdo es el de mi mano acercándose a la arena de la playa de Las Teresitas para coger una concha. Cuando era pequeña vivía en Tenerife porque mi padre estaba destinado allí como Guardia Civil. Me llevaba a Las Teresitas y jugábamos a las carreras a ver quién era el primero en recoger conchas de la arena. Pues es ése mi primer recuerdo, debía tener yo aproximadamente tres añitos. Mi madre dice que es imposible que recuerde tantas cosas de mi infancia, que era demasiado pequeña para que mi memoria haya guardado con tanta nitidez esos días. Pues sí, recuerdo la calle donde vivíamos, que es la calle San Juan de La Cuesta de La Laguna. Lo curioso es que lo único que recuerdo de aquella casa son las sillas donde mi padre se sentaba a tocar la guitarra y yo bailaba alrededor con un camisón que mi madre llamaba "el camisón de angelito", porque debía parecer un ángel dentro de aquel atuendo bailando alrededor de mi padre "y dicen, y dicen, y dicen que sabes coser..." Pero recuerdo nítidamente la casa de Doña Carmen, la señora que vivía encima de nosotros y donde me pasaba los días enteros. Recuerdo el salón, la habitación de Angelines, su hija, de José Julián, su hijo; recuerdo a Don Paco, su marido, un hombre que roncaba como a nadie he oído roncar en mi vida y recuerdo a Pinky, el chucho con el que jugaba y que una vez me mordió, vaya, vaya con Pinky. Desde entonces, todos los perros sin nombre son Pinky para mí. Doña Carmen me bañaba, me llevaba a Santa Cruz a comer helados, se ponía a coser mientras me hablaba y me hacía unas meriendas riquísimas. A los pocos meses de nacer mi hermano, tenía yo tres años y medio, destinaron a mi padre a Las Palmas y nos fuimos de aquella casa. Recuerdo mucha gente llorando... Eso es todo. Siempre he tenido los recuerdos de aquellos días como un sueño que nunca ocurrió, pero que vivía intacto en mi mente. En Abril de 2005 me fui un fin de semana a Tenerife, y no era el primero. No sé aún por qué, pero le pregunté a mi madre el número exacto de la casa. "El 24", me dijo, y no dije nada más... Ese domingo me vi en la calle San Juan, delante de la casa, llamando al timbre. Se asomó una mujer a la ventana, extrañada porque no me conocía. Le dije "¿Usted es Doña Carmen?" "Sí, mi niña, ¿tú quién eres?". Sólo le dije atragantada "Soy Natalia". No hizo falta decir nada más. Miró al cielo con las manos juntas y dijo "sube, mi niña, sube". Después de 29 años me vi subiendo la escalera... la puerta estaba abierta y entré. Y la vi. Venía por el pasillo llorando con los brazos abiertos. Yo no pude hacer otra cosa que empezar a correr hacia donde estaba ella llorando también y abrazarme a ella diciendo entre sollozos "Ay, Doña Carmen, ay, Doña Carmen". Allí estábamos, abrazadas, llorando sin poder separarnos, transportadas casi 30 años atrás en un solo segundo. Cuando pudimos separarnos me preguntó secándose las lágrimas "Pero, ¿tú te acuerdas de mí?" Y yo empecé a llorar otra vez y empecé a hablarle de los helados, de Angelines, de Pinky, le señalé una a una las habitaciones, observé que los muebles del salón ¡eran los mismos!, me senté en el salón y no pude aguantar la emoción otra vez... "pero si son los mismos sillones en donde me colgaban los pies mientras usted cosía..." Cuando yo era pequeña tenía el pelo muy corto y siempre tenía pataletas porque lo quería tener largo porque las mujeres en la tienda me decían "qué niño más gracioso". Claro, con mi peto vaquero que decía "HONDA 750", las botas ortopédicas... y yo me señalaba las dormilonas de mis orejitas para que se dieran cuenta de que era una niña, caramba. Pues una tarde en Santa Cruz le pedí a mi madre una peluca. Y ella, que es un dulce, me la compró, y yo con mi peluca por la calle. Pero al llegar a casa de Doña Carmen, de repente me dio miedo porque vi que tenía pelos blancos, jajaja. Y ya no la quise más. Pues esa tarde en La laguna vi a mi madre bromeando con la peluca y Doña Carmen riendo y yo escondida debajo de la misma mesa que tenía ahora delante para que mi madre no me rozara con aquella mata de pelo inerte y horrorosa. Esa tarde, casi 30 años después, me llevó a la cocina y me hizo uno de sus cafés con leche y me invitó a polvorones en Abril y me los comí con ella, con miedo de asfixiarme porque no había dejado de llorar. Y ella cogía la cafetera con un paño para no quemarse sollozando y con la otra mano se secaba las lágrimas que no habían dejado de brotarle tampoco a ella. Tuvimos una idea: llamar a mi madre. Imaginen el cariño y la relación que hubo entre la familia de Doña Carmen y la mía. Mi madre descolgó el móvil y le dije "Espera, que van a saludarte". Doña Carmen dijo "¡Elo!" y al segundo ya lloraba mi madre del otro lado. Luego habló mi padre, sólo palabras de gratitud, de amor y de respeto se cruzaron entre ellos. Para que se hagan una idea del tiempo transcurrido, mi madre, cuando vivíamos allí, era más joven de lo que yo soy ahora, no llegaba a los 32 años y ya tenía 60. Doña Carmen era una mujer joven, de 40 y pocos años y ahora pasaba de largo los 70. Y para todos esos días seguían vivos como en los primeros años 70, los primeros años de mi vida. Mi barco zarpaba no mucho rato después y me tenía que ir.En la puerta, la miré llorando como nunca y le dije estas palabras: "cuando nos fuimos de aquí yo era muy pequeñita y ni era consciente de muchas cosas, pero ahora quiero darle las gracias por todo aquello. Yo nunca la olvidé, Doña Carmen y nunca lo haré. Usted fue un regalo para mi vida". Fue el día en que más me costó bajar una escalera, el día que más me costó decir "adiós", el día que más me costó separarme de un abrazo. Pero, ¿a que he sido afortunada por haber vivido algo así y por poder reencontar mi infancia 30 años después? ¿De verdad captan el sentido de lo que estoy contando? Mientras escribo esto, no dejo de llorar. Conservo el bombón de chocolate que Doña Carmen me dio cuando me fui y no me lo comeré jamás. Y recuerdo sus lágrimas y su abrazo, pero también sus enormes carcajadas que son un sonido imprescindible de mi infancia. Gracias por haber hecho de mi vida algo más especial de lo que ya es por la familia que me ha tocado y gracias a Dios por haberme dado esta memoria fuera de lo común porque sin ella, tal vez no habría recordado a Doña Carmen, a Don Paco, a Angelines, a José Julián y a Pinky. Va por ustedes.

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