19.1.10

Estaciones


Una vez me hablaron de una alegoría muy bonita sobre las personas que pasan por tu vida; en ella éstas eran como un viaje a través de distintas estaciones de tren. Y qué imagen más bella que la de una estación de trenes, llena de despedidas y encuentros. No como en los fríos aeropuertos donde un malhumorado policía te dice hasta dónde puedes acompañar a la persona de la que te despides o que te despide a ti y te hace quitar los zapatos, registra tu equipaje y te palpa desde los brazos hasta los tobillos por si llevas algún arma mortal o algún explosivo... No. En las estaciones puedes llegar hasta el mismo punto donde el adiós es inevitable. Puedes incluso correr hasta el final del andén agitando los brazos mientras el tren se hace pequeño a lo lejos.

Y la vida es, sin duda, como ese traqueteo constante, donde el suave balanceo sobre los raíles puede dejarte dormido, o puede hacerte pensar cosas que sólo piensas cuando viajas en él.

Pero lo más bonito de esos viajes es, sin duda, el pasajero que se sienta casualmente a tu lado y mejora el recuerdo de ese viaje sólo por haber compartido contigo ese rato que dura el trayecto que el destino quiso que hicieran juntos.

En mi viaje, hace unas cuantas paradas, subió Néstor. Al principio sólo se sentó a mi lado por pura casualidad, incluso me pareció un viajero incómodo, de ésos con los que cruzas miradas y esbozas una sonrisa que acaba antes casi de empezar porque él ya te había quitado la vista. Pero el viaje era largo y finalmente se acostumbró a verme sentada a su lado. Y yo a verlo sentado a él, aunque a veces tuviera una conversación incesante y otras se quedase callado durante horas.
Néstor se convirtió en mi acompañante en uno de los trayectos más bonitos y a la vez inciertos de mi vida. En las primeras estaciones el sonido de nuestras voces molestaba incluso a otros pasajeros, porque hablábamos hasta la madrugada y reiniciábamos la conversación desde que despertábamos. Nos contábamos muchas cosas, nos reíamos de otras, hasta llorábamos por esto o por lo otro para volver a iniciar otra conversación cualquiera en cualquier momento.

En algunas paradas subieron amigos suyos que se sentaron a nuestro lado; bueno, al suyo, acostumbrándose a la nueva compañía de la misma manera que se había acostumbrado él.
Y el viaje parecía largo, pero las estaciones se sucedían una detrás de otra, aun cuando yo quitase la vista al pasar por ellas para no acordarme de lo que eso significaba.

Escribo esto aún subida al tren, en pleno viaje, en mitad de la noche sin saber siquiera por dónde viajamos a estas horas. Y ahí sigue de vez en cuando, apoyando su cabeza en mi hombro para descansar cuando se queda dormido. Y otras veces, las menos, incluso habla del viaje como si nunca fuese a terminar, mientras yo veo pasar las estaciones una detrás de otra, deseando que lo que me dice sea cierto. Tanto me acostumbré a despertar y verlo ahí, que ni recordaba hacia dónde me dirigía. Pero ahora no se me olvida que cuando se sentó a mi lado fue porque él iba a alguna parte y yo me dirigía a algún otro lugar. Y no sé si es porque el silbato del tren, que había dejado de escucharlo, vuelve a sonar incesante estación tras estación, pero lo cierto es que en cada una de ellas vuelvo la cabeza hacia su asiento y lo veo mirar el reloj, impaciente, o a veces incluso se cambia de sitio para emprender conversaciones con otros pasajeros... Y presiento que su parada está cercana.

Dicen los que me conocen que en el fondo tengo miedo de alejarme demasiado de mi sitio, que todo eso que me digo en silencio en el tren es sólo producto de mi miedo y que tal vez nuestra parada, la de Néstor y la mía, sea la misma. Que el viaje, lejos de acabar, está empezando. Pero él ya no habla por las noches; se duerme o pasea por los vagones buscando algo con la mirada. Y cuando amanece, lo veo asomado a la ventana, ladeando la cabeza hacia los dos lados, con el viento haciéndolo parpadear, como ansioso por vislumbrar algo que no sé qué es.
Y aunque siga apoyando la cabeza en mi hombro para descansar, ya no sé lo que sueña.
Así que, a esta hora en la que escribo esta triste corazonada, miro a cada rato hacia el pasillo a ver si lo veo venir bostezando hacia su sitio, que es justo al lado mío, pero no veo a nadie...
Y pienso que a lo mejor es el momento de mirar mi billete para recordar el nombre de la estación donde yo debo bajarme, no se me vaya a pasar...


(Me lleve a donde me lleve este tren y te lleve donde te lleve a ti, te recordaré siempre como el mejor compañero de viaje que he tenido nunca).

A Néstor.