29.3.11

Hijos pródigos


Un año ha pasado desde que la voz de Amaranta quedó acallada por su propia mente. Un año de un silencio sepulcral de la inspiración. Un año de boicot a todo lo que escribir significaba para mí.
A veces los exorcismos deben hacerse cuando ya conoces al demonio que llevas dentro y no cuando no sabes contra lo que luchas. Y, sin darme cuenta, he esperado el momento idóneo para volver después de una batalla encarnizada contra el mismo Lucifer.
Ahora he vuelto. No sé si renovada, si mejorada o desmejorada, pero he vuelto. Con pequeños y grandes diablos que deben salir de mí por la vía que mejor sé usar, que es el papel o, en este caso, el teclado de un ordenador que me sirva de ventana para lanzar mis pensamientos a un mundo donde puede no haber nadie pero que sé que recoge y esconde en alguna parte lo que no quiero tener indómito por dentro.
Muchas historias pasan ahora por mi mente, arremolinadas y desordenadas, esperando a que les dé el orden que las debilitará para convertirlas en recuerdos incapaces de dañar.
Vuelven a casa las palabras, la inspiración, las ganas, el tiempo. Y no como la historia bíblica donde huían por deseo propio, no. Ellos vuelven a una casa de donde fueron expulsados. Así que no sé si debo llamarlos los hijos pródigos o si la hija pródiga soy yo, que cerré mis puertas para abrirlas al error, la tristeza, el abandono y ahora encuentro que ellos me esperaban donde los dejé antes de este tiempo perdido de mi vida pero, estoy segura, prolífico en relatos.
Sea como sea, he vuelto. Gracias por esperar, palabras.