13.5.09

La Roca Valiente



¿Cuánto tiempo llevaba esa roca ahí? No me atrevo ni a imaginarlo. Seguramente, tantos años como olas la habían embestido ya.
¿Y cuántas veces había pasado yo por aquel lugar? Seguramente, tantas como olas me habían embestido a mí.
Y en esa calurosa tarde, otra más, acomodada en la guagua, con la espalda apoyada en el cristal y las piernas estiradas a lo largo de los sillones traseros, la vi.
La vi... y fue tal la visión de aquella roca en medio de una nada acuática, que me quité rápidamente los auriculares de los oídos y me incorporé para poder observarla los pocos segundos que quedaban antes de que quedase escondida de mi vista, detrás de las horribles y cochambrosas casas que tapan la vista del mar a lo largo de toda la carretera.
Pude verla en el justo momento en que una ola la atacaba fuertemente por la espalda, precisamente a ella, tan sola en medio del desierto azul. Pero no se inmutó. Aguantó inmóvil, quieta, paciente. En cambio, fue la ola la que se rompió en una gran estrella de espuma, por encima de la roca valiente. Ella, que llegó por la espalda, se hirió de muerte, descomponiéndose en torbellinos de sangre blanca. Llegó inofensiva a la orilla, mientras la roca seguía inmutable en medio del mar tranquilo que ya preparaba su próxima embestida de la que, sin duda, y aunque no pude verlo ya, la roca saldría sana y salva.



(A Samuel, una roca más valiente que la del relato. Aunque nos separe el Atlántico, sabes que una velita siempre arde por ti)

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