11.6.08

Exorcizando un sueño


Me desperté... la habitación estaba a oscuras. La casa estaba extraña. Esa noche dormía en la cama de mis padres. A veces, cuando me quedo sola en casa, me da tranquilidad dormir en el cuarto de mis padres.
Noté una oscuridad que no me gustó y, con un extraño nerviosismo, me levanté y me acerqué al interruptor para dar la luz. Sentía ese miedo extraño de las pesadillas en las que uno sabe de antemano que no va a encenderse y que va a sentir terror. Lo toqué, nerviosa... y la luz no se encendió.
Impaciente, salí al pequeño pasillo, intentando encender la luz del baño.
- Sólo quiero luz, luego ya pensaré en cómo tranquilizarme.
Tampoco había luz en el baño. Opté, ya con la respiración entrecortada, por encender la del pasillo. Sabía que tampoco se encendería y así fue. Sentía un mareo muy extraño, apenas podía mantener el equilibrio.
Apoyándome de las paredes, con un miedo que me hacía sollozar sin poder llorar, fui poco a poco hasta la puerta de la calle. Me faltaba el aire.
Miré fugazmente el cuadro de las palancas cerca de la puerta y me di cuenta de que iba sólo con calcetines, así que preferí no tocarlo.
- Te electrocutarás si lo tocas - dijo una extraña voz dentro de mi cabeza.
Salí al rellano, me di cuenta de que sólo llevaba puesto una camiseta amarilla y los pequeños calcetines, pero el miedo me impedía volver a entrar en mi casa. El rellano también estaba totalmente a oscuras, mínimamente alumbrado por la luz de la luna que entraba por la ventana de la escalera. Bajé los escalones con dificultad pero muy rápido y empecé a notar que me faltaba más aún el aire. Tenía la certeza reveladora de los sueños de que me iba a dar un infarto.
Llegué al patio del edificio, el enorme patio lleno de árboles oscuros que parecen cobijar pajaritos y mariposas por el día y monstruos de noche. Hacía viento, muy fuerte y ruidoso y me daba miedo el murmullo de las hojas y las ramas de los árboles. Tenía que darme prisa o moriría de un infarto en medio del patio, de madrugada, asustada, con frío, como nunca quise morir: de noche y sola.
- Así no, por favor- pensé aterrada - No aquí.
Intenté acelerar el paso. Me dolían los pies de pisar las pequeñas piedras del patio, notaba claramente el dolor punzante clavándose una, luego, otra, pero lo único que me importaba era llegar al Centro de Salud que hay enfrente de mi edificio. En la puerta del patio, la que sale a la carretera, había un niño sentado, jugando ausente con sus propias manos.
"Mi salvación", pensé. Pero también presentía, como en mis pesadillas, que no iba a ayudarme. En mis peores sueños nadie me ayuda. Me miró asustado, lleno de pavor, con los ojos más abiertos de lo humanamente posible. Yo entendía qué podía haber visto en mi cara para que se asustase así, lo pensé con mucha claridad y también con una tristeza desoladora.
- Me estoy muriendo, llama a alguien, por favor- dije a duras penas con la respiración acelerada ahora totalmente y la voz casi afónica. Asustado, huyendo de mí, corrió hacia la calle y sólo pude estirar el brazo para suplicarle sin palabras que no me dejara allí. Notaba la muerte tan cerca ya...
Vi el Centro de Salud tan cerca... así que decidí hacer el último esfuerzo para llegar a la puerta y que me recogieran allí. Crucé la calle agarrándome el brazo izquierdo ya paralizado, a tropezones y, muerta de terror (porque eso era lo que sentía: terror), llegué a la puerta. No había nadie. Nadie en ninguna parte. La calle también estaba a oscuras, como en todas mis pesadillas. Una oscuridad más tenebrosa que la verdadera oscuridad; una oscuridad llena de soledad y de miedo. Vi la puerta de una casa cercana y decidí tocar el timbre. Oí las 4 campanadas del reloj de la iglesia, eran las 4 de la madrugada, pero yo tenía que buscar ayuda.
Me abrió un hombre de unos 50 años, tal vez algunos más, apoyado en una muleta de hierro. Me miró, interrogante, algo asustado en un principio. Cuando intenté explicarle que llevaba un buen rato sin poder respirar y que iba a morirme, la voz no salió de mi garganta. Movía los labios y no salía nada.
- No, ahora no puedo quedarme sin voz. Por favor, que salga la voz, por favor, Dios, ¡¡haz que pueda hablar!!
El hombre me miró y su mirada cambió a la maldad pura. Supe que creyó que le estaba gastando una broma y vi cómo su boca empezaba a abrirse y empezaba a gritar. Me aterroricé de oír los gritos, unos gritos fuertes, con la voz quebrada de la rabia. Era una voz atronadora, como si hubiesen puesto el sonido a menos revoluciones, se oía lento y grave, pero a un volumen ensordecedor. Vi cómo empezaba a blandir la muleta, también como a cámara lenta, cada vez más fuera de sí, mientras yo seguía sin poder articular una palabra, apretándome la garganta en un último esfuerzo de poder hacer algún sonido. Pero era inútil. Caí al suelo de rodillas, el brazo izquierdo ya no lo sentía y empecé a llorar. No podía más. Cuando levanté la vista para suplicarle una vez más por mi vida con los ojos vi que había agarrado la muleta con las dos manos y la tenía levantada para matarme con ella. Su cara se había transformado; si el odio tuviera cara, sería la cara misma de aquel hombre, estoy segura. Levanté el brazo que podía mover, para cubrirme la cabeza del golpe que me venía encima y noté que mi voz por fin salió.
- ¡¡Ayúdeme!!
... y pensé que ya era tarde, porque el grito salió justo cuando la muleta me iba a partir la cabeza en dos.
Sólo oí "¡¡Ayúdeme!!", entre sollozos. Fuerte, claro. De hecho, fue mi propio grito el que me despertó.
Estaba en la cama de mi madre, con el brazo izquierdo debajo de mi cuerpo, entumecido por completo. La cabeza pegada a la almohada boca abajo, no podía respirar... y oscuridad.
Noté que el corazón se me iba a parar y que tenía la cara llena de lágrimas. Me levanté como pude, sin sentir el brazo e intentando coger aire a bocanadas. Sentía todavía el pánico de la pesadilla. Tenía todavía miedo de que el corazón se me parara. Y sentí miedo de saber que estaba sola en casa, de que me había levantado de la cama, como en mi pesadilla, de caminar hacia la puerta, de ver el pasillo a oscuras, igual que hacía un rato en el sueño, era una réplica exacta de cada detalle de lo que acababa de soñar.Me acerqué al interruptor rezando, con el corazón galopando y los sollozos de niña pequeña, muerta de miedo.
- Por favor, que se encienda la luz...
Amaneció. Desperté con la cabeza tapada como una niña pequeña y, junto con la luz del Sol que se colaba por la persiana, noté la luz artificial de la bombilla, con la que había dormido encendida a partir de las cuatro de la mañana.


(Esta locura sin sentido fue una pesadilla que tuve en Marzo de 2007. Necesitaba exorcizarla porque no he logrado superar aquel miedo todavía. Después de esa noche, estuve una semana con casi 40 de fiebre y migraña aguda. 7 días sin poder casi andar por los mareos y el dolor insoportabe dentro de la cabeza, como una pesadilla constante. Prefiero pensar que la pesadilla ocurrió por el extraño virus que dijeron que estaba incubando... y no al revés)

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