29.6.08

Las reglas del juego


Siempre me han gustado esos días en que uno se da cuenta de las cosas y las acepta sin dudas ni temores de ninguna clase. Me gusta descubrir que las cosas son simples y que soy capaz de darme cuenta.

Todos los juegos tienen reglas. A veces las ponemos nosotros y a veces jugamos con las reglas de los demás, aceptándolas. Muchas veces me vi en la vida enfadada o dolida o desilusionada porque esas reglas acababan siempre por no gustarme. Me creía una víctima de otros, cuando las reglas las había aceptado yo. Y hoy, con una clarividencia tan grande que aún me asombra, lo veo todo como es; ni más ni menos que como es.

Llevo demasiado tiempo jugando a un juego. Un juego que he controlado, pero con unas reglas que yo no había puesto. Jugaba a comer un sabroso pastel, no lo niego. Pero un pastel que nunca cocinaba yo; un pastel que a veces me ofrecían cuando no tenía ganas de dulce y que me negaban cuando necesitaba ese azúcar más que nunca.

Ayer, mientras confesaba su historia, me di cuenta de que en el juego no todos teníamos las mismas reglas. Descubrí con una claridad pasmosa que la peor parte del pastel me la estaba comiendo yo. En su ley del embudo, me había tocado el lado estrecho.
Al cabo de un rato me acerqué a besarlo. Lamenté que no me hubiese visto nunca. Que a mí nunca me hubiera llamado, que nunca me hubiera llevado a tomar nada a ninguna parte. Que nunca me hubiera dado la oportunidad de contarle mis secretos. Y que nunca hubiera hablado de mí a nadie. Y no lo había lamentado nunca porque tampoco sentí la necesidad de que lo hiciera, ni siquiera el deseo de hacerlo. Lo que lamenté fue ser la única que no tuvo nunca la oportunidad.
Ahora las reglas del juego las iba a poner yo. Yo sabía que aquélla sería nuestra última vez. Pero no se lo dije.

Antes de que se marchara le regalé una botella de su bebida favorita y me comporté como si siguiera dispuesta para el próximo encuentro. Fingí seguir aceptando las reglas y ser la estúpida que siempre creyó que era...
No entiendo cómo no se dio cuenta de que me despedí de él más de una vez esa noche. Aunque, a decir verdad, sí que lo entiendo...

Él nunca se dio cuenta de nada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso escrito, Natalia.

Un abrazo.

Amaranta Buendía dijo...

Qué escuetito, con lo que me abombas la cabeza en el messenger. Jaja. Me alegro mucho por todos los ratos que hemos pasado riéndonos del mundo en estos meses. Y por todo lo que hemos hablado.
Que fluya, pues...