Nueve años pasaron entre que yo elegí madre para venir al mundo y la elegiste tú. No sé desde cuándo te conozco, en qué momento nuestras almas comenzaron a caminar juntas, tal vez desde siempre, desde el origen que nadie sabe poner exactamente al mundo. Desconozco la conexión entre nuestros espíritus a lo largo de este tiempo: si hemos sido hermanos, padre e hija, hijo y madre, abuelo y nieta, nieto y abuela, pareja, amigos, enemigos, maestro y alumna, alumno y maestra... Ni siquiera podría decirte por qué me fijé en aquel niño encantador que entró aquel día en la cancha correteando ni por qué aquel niño se sintió tan bien con aquella amiga tan mayor de su hermana, a la que llamó un día su "musa". Supongo que el destino ya estaba jugando sus cartas y era el momento en que debíamos encontrarnos. Ya te conté una vez que el destino propicia los encuentros y que somos nosotros los que decidimos luego lo que hacer con nuestras vidas. Nosotros decidimos estar juntos, tú con tus ocurrencias y tu inteligencia viva y precoz me ganaste el corazón y yo con mis constantes preguntas sobre todo lo que me rondaba por la cabeza me gané tu confianza. Recuerdo que me preguntabas todo lo que dudabas y yo temía, mientras me hacías una pregunta, no conocer la respuesta y tener que decirte un "no lo sé, Carlitos", pero siempre, afortunadamente, te resolvía aquellas dudas que pasaban por tu pequeña y preciosa cabecita con esa entrega que tenías conmigo sin darte cuenta. Siempre quise ser tu héroe, tu musa. Aún recuerdo aquella tarde en la cancha cuando, tratando de animarme, dijiste aquello de "No te preocupes,Natalia, que serás como el Ave Fénix, que resurgía de sus cenizas". Y yo empecé a reírme, asombrada... Y creo que siempre ha sido así, que contigo a mi lado era difícil no reír, pero no por tus payasadas ni por nada que tú dijeras, sino porque contigo a mi lado, toda yo era una sonrisa. Y después,me dabas tus manos, te subías sobre mis zapatos y caminábamos juntos, ¿te acuerdas? CAMINÁBAMOS JUNTOS, en todos los sentidos... Luego ya sabes que tuve que irme a Las Palmas a vivir y te quedaste muy triste, con apenas 10 añitos y le preguntaste a tu madre "¿Por qué se fue Natalia, mamá?"... Y los años pasaron, yo volví al pueblo y tú seguías allí y yo seguía aquí y decidimos seguir con esa complicidad que caracterizaba nuestra amistad.
El lazo empezó a hacerse aún más fuerte y cada vez pasábamos más tiempo juntos, cada vez sabías más cosas de mí y yo de ti. No había nada que pudieras contarme que me hiciera dudar por un momento de quién eras ni mucho menos de quién eras para mí. Y un día, paseando alrededor de tu casa dijiste lo que cambiaría todo: "Me voy el domingo". Si los sentimientos pudieran escucharse hubieras oído cómo se rompían un millón de cristales dentro de mí. No me preguntes por qué, yo tampoco lo sé, pero algo muy fuerte dentro de mí sabía que "el domingo" acababa todo. Quince años después de aquella tarde que llegaste a la cancha, acababa todo. Tuve que aceptar en un segundo lo que jamás pensé que ocurriría. Lo que aún no consigo explicarme es por qué sabía que aquélla era una despedida para siempre, que no ibas a volver... al menos no la persona que se iba. Por eso te escribí aquella carta, por eso te compré la alianza con aquel mensaje y por eso te di todo lo que podía darte la noche que nos dijimos "adiós". La última imagen que tengo de ti es la de tu cabeza asomando por la puerta de mi casa para decirme que no llorara más... y desapareciste sonriendo y saludando con la mano como si me fueras a ver al día siguiente. Pero ya sabíamos que no sería así, ¿verdad?
Desde la distancia física entre nosotros y la lejanía temporal de aquel día no puedo explicarte nada que te valga como una respuesta para decirte lo que siento y que tú pareces no querer comprender.Escribiría sin parar días enteros para contarte lo que he tenido que hacer para superar tu marcha y tu olvido... pero yo sé que no vale la pena; mucha pena pasada ya para volver a ella. No sé si el destino lo quiso así, separarnos porque nos correspondía que así fuese o si fue una prueba que no pudiste superar... no sé si lo sabré algún día. Pero sí sé dónde voy a estar esperando para volver a encontrarte, ya lo sabes, sentada en la punta del Muelle Viejo, mirando el mar abierto de Agaete que vive en mi corazón y las gaviotas alrededor del Dedo de Dios, que seguirá siempre en pie para mí. Si decides pasar tu tiempo allí también, conmigo, te estaré esperando. Te veré llegar, te daré una sonrisa y tú me darás otra vez tus manos para volver a subirte, para siempre ya... sobre mis zapatos.
(Cuando un alma gemela dice "adiós" se lleva, irremisiblemente, una parte de nosotros)
El lazo empezó a hacerse aún más fuerte y cada vez pasábamos más tiempo juntos, cada vez sabías más cosas de mí y yo de ti. No había nada que pudieras contarme que me hiciera dudar por un momento de quién eras ni mucho menos de quién eras para mí. Y un día, paseando alrededor de tu casa dijiste lo que cambiaría todo: "Me voy el domingo". Si los sentimientos pudieran escucharse hubieras oído cómo se rompían un millón de cristales dentro de mí. No me preguntes por qué, yo tampoco lo sé, pero algo muy fuerte dentro de mí sabía que "el domingo" acababa todo. Quince años después de aquella tarde que llegaste a la cancha, acababa todo. Tuve que aceptar en un segundo lo que jamás pensé que ocurriría. Lo que aún no consigo explicarme es por qué sabía que aquélla era una despedida para siempre, que no ibas a volver... al menos no la persona que se iba. Por eso te escribí aquella carta, por eso te compré la alianza con aquel mensaje y por eso te di todo lo que podía darte la noche que nos dijimos "adiós". La última imagen que tengo de ti es la de tu cabeza asomando por la puerta de mi casa para decirme que no llorara más... y desapareciste sonriendo y saludando con la mano como si me fueras a ver al día siguiente. Pero ya sabíamos que no sería así, ¿verdad?
Desde la distancia física entre nosotros y la lejanía temporal de aquel día no puedo explicarte nada que te valga como una respuesta para decirte lo que siento y que tú pareces no querer comprender.Escribiría sin parar días enteros para contarte lo que he tenido que hacer para superar tu marcha y tu olvido... pero yo sé que no vale la pena; mucha pena pasada ya para volver a ella. No sé si el destino lo quiso así, separarnos porque nos correspondía que así fuese o si fue una prueba que no pudiste superar... no sé si lo sabré algún día. Pero sí sé dónde voy a estar esperando para volver a encontrarte, ya lo sabes, sentada en la punta del Muelle Viejo, mirando el mar abierto de Agaete que vive en mi corazón y las gaviotas alrededor del Dedo de Dios, que seguirá siempre en pie para mí. Si decides pasar tu tiempo allí también, conmigo, te estaré esperando. Te veré llegar, te daré una sonrisa y tú me darás otra vez tus manos para volver a subirte, para siempre ya... sobre mis zapatos.
(Cuando un alma gemela dice "adiós" se lleva, irremisiblemente, una parte de nosotros)
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