Detrás de mi casa hay un estanque. Es un estanque cuadrado, en el que entra agua cada pocos días. En él suele flotar algún papel olvidado de alguna golosina y una pelota azul con pentágonos negros, extraviada de las patadas de algún niño. A veces está muy vacío, parece que va a secarse del todo, pero una noche cualquiera, cuando ya estoy a punto de dormirme, oigo el agua llenándolo de nuevo.
Algo tan simple como un estanque puede convertirse en algo tan tuyo como cualquier otra cosa que ves cada día, que vigilas, que ves cambiar... Así que "el" estanque, tras cinco años de vivir en esta casa, ha pasado a ser "mi" estanque. Sé cuando está vacío por los mosquitos extraviados que vienen atraídos por las luces de las casas y se cuelan en nuestros cuartos, mareados y ruidosos. Sé cuándo estará lleno porque la música constante del agua me acompaña hasta que me duermo.
Una vez escribí sobre él y sobre la luna que nada en él. Me llamaba la atención el reflejo de la luna, tan oscura y sucia en el agua y tan brillante y alta en el cielo. Escribí que era como las personas. Cómo algo puede ser tan sublime, inalcanzable y misterioso y dejarse reflejar en aquellas aguas tan turbias...
Pero mi estanque es aún más especial desde que llegó Una.
Una es una garza blanca que llegó un día de no se sabe dónde y, aprovechando el lugar, aislado y sin gente alrededor, lo tomó como su casa. Yo no sabía que las garzas huyen de un lugar para siempre si no se saben solas en él. Pero así es.
Al principio me asomaba a la ventana a observar lo que hacía, lo que tardaría en echar a volar. Los días siguientes me asomaba simplemente a verla porque ya sabía que estaría allí. Con el tiempo ya le puse nombre: Una. Qué mejor nombre para ella que estaba siempre sola.
Cuando me di cuenta, Una ya formaba parte del paisaje que se ve desde mi ventana.
De día, Una caminaba dentro del agua que le cubría apenas la mitad de las patas. Avanzaba con pasos lentos, vigilantes, mirando y esperando el momento oportuno de cazar algo que había en el agua. Seguramente insectos porque tras la llegada de Una estuve aprendiendo sobre las garzas y sé que unas se alimentan de peces y las que no, son insectívoras. En mi estanque no hay peces, así que Una se alimentaría de toda esa clase de pequeños insectos voladores y nadadores que merodean por allí.
Me encantaba verla doblando una pata, con la otra dentro del agua; esperaba unos segundos antes de dar el siguiente paso, hasta que hundía rápidamente el pico en el agua seguramente para coger los bichitos que andan por la superficie.
Por la noche, el espectáculo era bien distinto: Una permanecía quieta, esbelta, con el pico hacia el cielo. Si la luna era nueva, se veía el resplandor de sus plumas blancas en medio de la noche. Si la luna era llena, se veía su silueta, como dibujada, oscura, preciosa.
Otros días soplaba un poco el viento y movía la pelota dentro del estanque, la gran pelota azul que se movía torpemente movida por el aire y Una la esquivaba una y otra vez, paciente, siempre con los mismos movimientos.
Algunos días, Una desaparecía del estanque y yo sin faltar ni uno solo, me asomaba por si había vuelto, hasta que aparecía una mañana como si nunca se hubiese ido y todo volvía a estar en su sitio.
Hace unas pocas semanas estaba en mi cuarto, era un sábado por la tarde.
Me asomé a la ventana para ver a Una... pero de repente, Una abrió sus alas, las agitó con el torso hacia adelante, movió un poco el agua y levantó el vuelo. Pasó a escasos metros de mi ventana, haciendo un giro imposible a pocos metros de mi cara. Sentí como se me ponían los pelos del brazo de punta mientras Una volaba cada vez más alto, más deprisa... y desapareció.
Pensé que volvería, como las otras veces. Cada noche veía la luna quieta, la pelota bailando lentamente en el agua y el estanque más oscuro que nunca. Todo aquello que me había inspirado tanto antes, ahora estaba vacío sin Una.
Hace unos días entraron unas excavadoras en los alrededores del estanque. Unos hombres palpaban la tierra y se asomaron al estanque, escudriñándolo. Empezó el ruido, levantaron la tierra, pusieron unas vallas y dejaron montañas horribles de tierra, como escombros al pie del estanque. No sé qué pretenden hacer ahí abajo. Pero la inspección que hicieron del estanque no me hace suponer nada bueno.
Entonces supe que si Una pensaba volver a casa, ya no lo haría.
Fui una espectadora privilegiada durante mucho tiempo...
La echo de menos.
Pero, caray... menuda despedida.
(Qué sensación la de sentirse parte de un mundo perfecto, aunque sea desde una ventana)
Pero, caray... menuda despedida.
(Qué sensación la de sentirse parte de un mundo perfecto, aunque sea desde una ventana)
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