14.12.11

Rubio


Ay, dolor, que vuelves a inspirarme. Ay, amigo que traes con tu miseria lo mejor que guardan las palabras olvidadas cuando la felicidad las calla.
Ay, este momento en que entre lágrimas todavía consigo ver cada peca de su espalda.
Este momento en que no necesito cerrar los ojos para vivir nítidamente, casi real, la sensación de su pelo rubio entre mis dedos mientras él dormía o simplemente sonreía en silencio apoyando su cabeza en mis piernas. Cuando la prisa era sólo una idea casi olvidada. Cuando lo mejor estaba por llegar y me relamía con el sabor de un beso reciente.
Ay, ahora, que cada momento de felicidad es una puñalada que me asesta el recuerdo.
Ahora que mis sábanas huelen a detergente de dolor por no oler más a ti.
Hoy, todavía demasiado reciente, esos recuerdos no dejan lugar a la razón. Sólo quiero que estés aquí, quiero oír tus pasos por el pasillo, quiero tus colillas en mi cenicero, quiero tu camiseta tirada en el suelo del cuarto, quiero en mi frente esa respiración suave de cuando duermes y quiero que me vuelvas a agarrar la cara entre las manos mientras me prometes que no vas a marcharte.
Quiero que vuelvas a mentirme así.
Quiero sentir el vacío de cuando te marchabas y quiero la esperanza casi cierta de que volverías.
Quiero incluso la decepción de no tenerte y la sorpresa de recuperarte.
Quiero que el timbre seco de mi puerta sea el sonido de la felicidad.
Quiero ese círculo interminable de tenerte y no tenerte. De no tenerte y tenerte.


Quiero no estar así: queriendo y queriéndote sin querer. Porque no quiero quererlo y, sin querer, lo quiero. Y sin querer, te quiero.