5.10.07

Tu mejor amiga (breves)


-Mira, es ésta, la que aparece conmigo en esa foto... ¿qué te parece? - le preguntó él mirando ensimismado la imagen que tenía entre las manos.
- Pues... ¿qué quieres que te diga? Una chica mona... - respondió ella intentando aparentar normalidad e indiferencia.

Qué le iba a parecer a ella, que la odiaba ya sin conocerla por haberlo tenido...

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Sin querer le rozó un pecho; un solo segundo, contundente, pero un segundo fugaz, un segundo insignificante. Los dos se rieron por la inesperada situación. Y él le siguió hablando de cosas triviales, sin darle ninguna importancia al corazón de ella, que estaba a punto de salirse por el hueco que quedaba entre su esternón y el único pezón que se le había erizado.

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Siempre que se encontraban, él chocaba la palma de su mano contra la de ella. La consideraba casi como uno de sus amigotes y así se lo demostraba.
Y ella deseaba continuamente poder dar al tiempo atrás sólo un minuto para encontrarse con él de nuevo y volver a tocar su mano suave.

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- Por favor, mírame la espalda, llevo un tiempo con una molestia...
Ella miró detenidamente su espalda y la rozó con la punta del dedo índice, aparentando buscar algo inusual en la piel mientras realmente la acariciaba suavemente con los ojos cerrados.
- No veo nada...
(Pero cómo no vas a notar molestia, si llevas a cuestas mi vida entera, tonto)

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Ella no había caído hasta ese momento en que, en aquella postura, estaba enseñando más de lo que hubiera querido. Lo tenía sentado justo enfrente y ambos miraban el televisor. Y lejos de cambiar la postura, se sorprendió pensando: "por favor, que me esté mirando las bragas".

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¡Qué vergüenza la de ella de sentir aquella alegría al oír su voz grave y agripada al otro lado del teléfono al día siguiente!
Y se acordó de una carta preciosa escrita por Jacinto Benavente, donde la joven se alegraba de que la razón de que su amado no hubiese acudido a la cita era una enfermedad.
Sólo que él era sólo su amigo... o al menos eso pensaba él.
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- ¡Me alegro mucho, de veras! ¡Qué alegría saber que todo te está yendo tan bien! - escribió ella en la pantalla del ordenador.
- Parece que todo va saliendo bien... Por cierto, me tengo que ir, llego tarde ya. Hasta la próxima...

(Tu amigo aparece como No Conectado. Recibirá los mensajes la próxima vez que se conecte)

Se sintió mal, indefensa, confusa y culpable. Porque no se alegraba en absoluto. Ya no volvería a necesitarla.

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Llevaba toda la semana soñando con ese día en que volverían a reunirse. Eran muy buenos amigos y la fiesta prometía. Había cancelado todos los planes y citas que pudieran alejarla de ese día que preparaba con alegría. Por fin volverían a verse, su amigo del alma regresaba y habría una gran fiesta con el resto de amigos.
Sonó el ruido de un mensaje en su móvil. ¡Era suyo! ¿Estaría ya esperándola?... Lo abrió ilusionada, nerviosa.
"Al final no voy. Ya ns bmos otro día si eso".
El de ella se dirigió al resto de amigos que esperaban:
"toy peor de la gripe. No m speren".

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Llevaba ya una hora entre maquillaje: quita y pon. Entre el peinado: suelto o recogido. Entre la ropa: falda o pantalón. Entre el calzado, abierto o cerrado.
Y finalmente salió. Era su cita más importante cada día. Sabía que él pasaba con su coche por aquella calle justo a esa hora. Miró el reloj, faltaban sólo unos minutos. Pensaba que, después de verla tantos días seguidos a aquella hora, ya le resultaría, al menos, familiar. Y a la hora justa, cruzó la calle de un lado al otro, intentando ser natural, normal, parecer despistada, como quien realmente camina con un destino cierto. Llegó al otro extremo de la calle... y se dio la vuelta para emprender el camino de vuelta a casa.

-¿Me habrá visto? - se preguntaba cada día ilusionada.

Se quitó el maquillaje, el peinado, la ropa y los zapatos. Y se pasó un buen rato imaginando que sí, que la había mirado durante el segundo que el coche se cruzaba con ella todos los días.

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Había sido sólo un comentario estúpido. Ella lo sabía. Él era sólo su amigo y lo había dicho sin mala intención. "Eres tan linda... Sólo te sobran unos kilitos".

Ya no recordaba muy bien por qué lo había dicho, ni si ella se lo había preguntado. Lo había oído antes de otras personas y de su espejo cada día, pero cuando lo dijo él, algo cambió. Ni siquiera sabía el qué. "¿mañana es jueves o viernes? ¿estamos en Otoño, no? Otoño ya... Vaya, qué color más raro se me ha puesto por debajo de los ojos. Y qué frío tan extrañoc para estar aún en Octubre... ¿Por qué me había dicho eso? Intentaré dormir un poco".

Le costaba mucho recordar y razonar después de 8 días sin comer.

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- Dame un beso, anda

Y él la besó en la frente.
Nunca algo tan tierno había sido tan ofensivo.

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